La rosácea es una enfermedad inflamatoria crónica de la piel asociada a la hiperreactividad de los capilares faciales y a daños en las glándulas sebáceas y los folículos pilosos. Con la rosácea, dependiendo del subtipo y la gravedad de la enfermedad, aparecen elementos como hiperemia cutánea, telangiectasia, eritema, pápulas, pústulas, rinofima. La localización de la rosácea es la cara.

A pesar de que el cuadro clínico y la localización de la rosácea son similares a los del acné, la primera patología tiene mecanismos de aparición completamente diferentes, relaciones causa-efecto, por supuesto, y es una enfermedad independiente no asociada al acné. Al mismo tiempo, estas dos enfermedades pueden estar presentes en un mismo paciente.

La rosácea suele aparecer en la mediana edad, a partir de los 30 años, y alcanza su máxima manifestación a los 40-50 años. Por este motivo, la rosácea también recibe el nombre de acné del adulto. La prevalencia de la rosácea se observa principalmente en personas de piel clara con 1-2 fototipos de piel y se da en el 10% de la población.

La aparición de rosácea está asociada a un aumento de la reactividad de los capilares sanguíneos de la piel del rostro. En respuesta al estímulo, los capilares se dilatan, pierden su tono, el flujo sanguíneo se ralentiza en ellos y se interrumpe el suministro de oxígeno a los tejidos. Estas condiciones se vuelven favorables para la reproducción patológica de la microflora natural de la piel y la fijación de microorganismos patógenos. Una reacción inflamatoria progresiva conduce a la aparición de edema y erupción papulopustular de gravedad variable.

Los factores enumerados también pueden ser el eslabón primario en la patogénesis de la rosácea, desencadenando una cadena de procesos patológicos en el funcionamiento de la circulación capilar de la piel del rostro con la consiguiente adición de infecciones.

Diagnóstico


El diagnóstico de la rosácea se basa en la anamnesis y la exploración clínica. Una anamnesis cuidadosamente recogida permite averiguar el momento de aparición de la enfermedad cutánea, las afecciones, el curso. El examen clínico revela los elementos típicos característicos de la rosácea. Si surge la necesidad, especialmente en presencia de elementos sospechosos y de interpretación ambigua o en caso de manifestaciones no expresadas, puede realizarse una dermatoscopia.

Es necesario un diagnóstico cuidadoso para determinar correctamente la gravedad de la rosácea, así como para identificar al máximo los factores que la provocan. Todo ello permitirá en el futuro seleccionar un tratamiento adecuado y formular individualmente medidas preventivas.

Síntomas


Los síntomas de la rosácea dependen de la gravedad de la enfermedad (fase, forma, subtipo). El cuadro clínico de la rosácea en su versión clásica incluye cuatro subtipos, en función de la gravedad de los síntomas:

  • Rosácea eritemato-telangiectásica;
  • Rosácea papulopustulosa;
  • Rosácea fimosa;
  • Rosácea oftálmica.


La rosácea eritemato-telangiectásica se caracteriza por el rubor de la cara (enrojecimiento) en respuesta a factores provocadores, el llamado «eritema de la vergüenza». Al inicio de la enfermedad, los sofocos pasan sin dejar rastro, pero con el tiempo, tras el sofoco quedan en la piel pequeños capilares vasculares enroscados de color rojo brillante -telangiectasias-, que con el tiempo van en aumento, se agrupan, se multiplican y prácticamente no desaparecen. En esta fase, el patrón cutáneo no se modifica, puede haber un ligero picor o simplemente molestias en la piel, especialmente durante los periodos de sofocos.

Con la rosácea eritematosa aparecen trastornos de la microcirculación, dificultades en la salida venosa de la sangre y, como consecuencia, una disminución de las propiedades protectoras de la piel. Esto conduce al desarrollo de una reacción inflamatoria y a la formación de una rosácea papulopustulosa, sobre el fondo del eritema descrito anteriormente. La situación puede complicarse con la adición de microflora patógena.

Una pápula es un grano común sin contenido en su interior: una formación ligeramente elevada, de color rojo rosado o rojizo, dolorosa al contacto con límites difusos. El diámetro de su base no supera 1-3 mm. Una reacción cutánea hiperémica alrededor de la pústula puede alcanzar los 10 mm de diámetro. En presencia de una inflamación grave, la pápula puede ser más densa que la piel normal. La superficie de la piel tiene un aspecto sano o ligeramente alisado.

Una pústula es un grano común con contenido blanquecino o teñido de amarillo en su interior. Es ligeramente elevada, de color rojo rosado o rojizo en la periferia y blanquecina en el centro, dolorosa al contacto y de bordes indistintos. La pústula suele ser más densa que la piel circundante. El diámetro en la base no supera 1-3 mm. Una reacción cutánea hiperémica alrededor de la pústula puede tener hasta 10 mm de diámetro. La superficie suele ser lisa, especialmente en el centro. Al apretarla, la pústula se abre y de ella se desprende un contenido blanco sin estructura.

La rosácea fimosa es una hiperplasia pronunciada de los tejidos blandos de la cara en respuesta al proceso inflamatorio: la piel adquiere un tono púrpura-cianótico, edema, tuberosidad rugosa hasta nódulos cianóticos. La fusión de los nódulos forma infiltrados desfigurantes hasta la deformación de los contornos de la cara.

La rosácea oftálmica es la propagación de la rosácea de cualquier gravedad a la zona ocular con daños en los párpados y los tejidos periorbitarios. En ocasiones, la rosácea oftálmica puede ser precursora de rosácea en otras zonas de la cara.

Diagnóstico diferencial


El diagnóstico diferencial se realiza con enfermedades como:

  • Diferentes grados de gravedad y formas de rosácea;
  • Acné, incluidas erupciones cutáneas, acné inducido por fármacos;
  • Dermatitis y dermatosis;
  • Queratosis actínica;
  • En el contexto de formas graves de rosácea, por ejemplo, rinofima o forma conglobata de rosácea, el diagnóstico diferencial se realiza con formas nodulares de carcinoma basocelular y melanoma no pigmentado.

Riesgos


La rosácea no supone una amenaza importante para la salud física de una persona. Al mismo tiempo, la presencia de esta patología puede indicar la presencia de algún tipo de reordenamiento en el organismo: desde fisiológico (como la pubertad) hasta patológico (trastornos metabólicos, disminución de la inmunidad). Siendo una especie de espejo, un reflejo del estado interno del cuerpo, la aparición de la rosácea no puede ser ignorada, es necesario llevar a cabo una búsqueda profunda de las causas y factores provocadores. Esto contribuirá no sólo al tratamiento eficaz de la rosácea, sino también a la búsqueda oportuna de otras enfermedades, posiblemente más graves.

Por otra parte, la rosácea puede causar importantes defectos estéticos y daños psicológicos al paciente. Para evitar las graves consecuencias de estos problemas, el tratamiento de la rosácea debe ser multicomponente con la participación, si es necesario, de diferentes especialistas (dermatólogos, cosmetólogos, nutricionistas, endocrinólogos, psicólogos).

En ausencia de un tratamiento oportuno, la progresión de la rosácea conduce a lesiones cutáneas infecciosas graves con el riesgo de generalización de la infección con las correspondientes complicaciones. Además, los elementos de la rosácea grave pueden lesionarse, ulcerarse y, a continuación, sangrar.

Tácticas


Cuando aparecen los primeros signos de rosácea, así como con la progresión de formas ya existentes, la ineficacia del tratamiento prescrito previamente, está indicada la visita a un dermatólogo.

La visita inicial a un especialista es la más importante, ya que es necesario llevar a cabo toda la gama de medidas diagnósticas, seguidas de la designación de un tratamiento individual.

La visita inmediata al especialista está indicada si se ha producido un daño mecánico de la piel en la zona de la rosácea, así como si se notan cambios de aspecto o aparecen sensaciones antes ausentes.

La rosácea es una patología crónica que dura mucho tiempo, muchos años, con periodos de exacerbación y mejoría. El curso de la enfermedad puede depender de diversos factores que ocurren en la vida de una persona, por lo que debe mantenerse un estrecho contacto con un especialista, con cuya ayuda se dará una respuesta oportuna y adecuada a los continuos cambios en la piel.

También es importante darse cuenta de la necesidad de realizar consultas preventivas sobre el tratamiento de la rosácea, especialmente antes de los cambios que se avecinan en la vida: elección de una dieta y alimentación, antes de cambiar los cosméticos habituales, planificación de viajes a zonas con un clima diferente, cambio de lugar de trabajo con un microclima diferente, así como al iniciar otro tratamiento que afecte al sistema endocrino humano.

Tratamiento


El tratamiento de la rosácea es multicomponente e individual, y depende también de la gravedad de los síntomas. El tratamiento conservador incluye:

  • Terapia farmacológica;
  • Tratamiento cosmético local;
  • Corrección y eliminación de los factores provocadores;
  • Tratamiento de patologías concomitantes;
  • Terapia dirigida a reducir la angustia emocional.


Para el tratamiento de la forma eritematosa, basta con eliminar los factores etiológicos y el uso de productos cosméticos. Cuando aparecen elementos papulo-pustulosos, se prescribe una terapia antibiótica local. El uso sistémico de antibióticos está indicado para la rosácea fimosa.

El tratamiento local debe incluir antiinflamatorios, ácido azelaico y otros grupos de fármacos según las indicaciones (por ejemplo, que afecten al tono de la pared vascular de los capilares sanguíneos).

Para el tratamiento de las telangiectasias se utilizan métodos de láser y electrocoagulación. Las pequeñas manchas cutáneas pueden repararse con dermoabrasión. Las formas graves de fimosis de la rosácea son objeto de tratamiento quirúrgico en combinación con terapia conservadora y profilaxis activa.

Es importante comprender que no existe ningún remedio milagroso que pueda, en poco tiempo, de forma rápida, sin consecuencias y absolutamente ayudar a todas las personas en la lucha contra la rosácea. Por eso hay que ser crítico con la publicidad de tales fármacos y la automedicación con ellos. Cualquier nuevo fármaco debe ser discutido con un especialista.

Además, en el tratamiento de la rosácea, es necesaria una clara coherencia en las acciones y el cumplimiento de la aplicación de las recomendaciones. La desviación propia del régimen de tratamiento prescrito, la interrupción y el incumplimiento de los regímenes terapéuticos complican significativamente la consecución del efecto esperado.

Al mismo tiempo, es necesario comprender el riesgo de fracaso en el tratamiento, aceptar que la terapia prescrita no siempre tiene la eficacia y la rapidez deseadas para lograr resultados. Debe haber disposición para un diálogo abierto con el dermatólogo, tolerancia para un posible cambio en los enfoques del tratamiento.

Prevención


La prevención de la rosácea consiste en una actitud suave y cuidadosa de la piel, el tratamiento oportuno de las enfermedades infecciosas, el fortalecimiento de la inmunidad, la higiene personal adecuada y de alta calidad, en el mantenimiento de un estilo de vida saludable, especialmente en términos de nutrición.

Para eliminar las consecuencias negativas y las complicaciones, es necesario:

  • Limitar la exposición a los rayos ultravioleta (cama solar, bronceado);
  • Uso de cremas protectoras durante los periodos de sol activo;
  • Exclusión de traumatismos cutáneos crónicos;
  • Limitación o eliminación de las radiaciones ionizantes, riesgos profesionales;
  • Cumplimiento de las medidas de seguridad cuando se trabaja con factores que dañan la piel;
  • Higiene personal y concienciación básica sobre la salud de la piel.


También es necesario un examen periódico de la piel y la consulta oportuna con un dermatólogo si aparece algún cambio en ella.